ASAMBLEA CRISTIANA DE LOTA

PREDICACION DEL EVANGELIO

Andres Stenhouse, Lo mas grande del mundo

 

1 Corintios 13 “…Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos los bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor…”

Estimados amigos, hemos escuchado la lectura de lo que podríamos llamar uno de los pasajes clásicos de la Biblia, el capítulo 13 de la primera epístola del Apóstol Pablo a los Corintios. En él alcanzamos a percibir algo de la suprema excelencia de la doctrina Cristiana. Si no creyéramos en la inspiración Divina de las Santas Escrituras, diríamos que fue muy atrevido el Apóstol al pretender darnos aquí una declaración enfática sobre cual fuese “lo mas grande del mundo”, el supremo bien, la virtud por excelencia, aquello que es la esencia misma del Cristianismo. Mas de desear que todas las demás cosas, no es una simple opinión, sujeta a modificaciones, sino un fallo definitivo y no hay nada mayor. No hay nada mejor que “el amor” entre aquellos Corintios a quienes el Apóstol escribía estas palabras. Había muchos dones preciosos con que Dios los había favorecido después de su conversión a Cristo. Entre ellos había fe, había ciencia, había elocuencia, había dones milagrosos, de lengua, de profecía, y de sanidades, pero el veredicto divino es que todos ellos nada son y nada valen si no hay amor.

Hablan los hombres de religión, la mejor religión, la verdadera religión, etc., pero habla la Santa Escritura de la posibilidad de poseer una religión que tuviese toda la apariencia de ser buena y verdadera, y que sin embargo, careciese de todo valor por no ser animada por el amor.

Supone el Apóstol en primer lugar la posesión de lenguas humanas y angélicas para hablar con una elocuencia tal que el oído humano nunca oyó. Mucho aprecian y codician los hombres un don semejante, el verbo encendido de un orador elocuente, es capaz de mover las multitudes, y hace una gran impresión, al menos momentáneamente, pero si sus palabras no hallan su inspiración en el amor, declara el Apóstol, que no es mas que metal que resuena, o címbalo que retiñe; supone otra vez el don de la profecía, con comprensión de los misterios más profundos de la ciencia divina, supone también una fe capaz de mover las montañas, pero declara que el que posea tales dones, no es nada, si no tiene amor; y en tercer lugar supone el Apóstol la práctica de la caridad, puedo repartir toda mi hacienda, dice el Apóstol, para dar de comer a los pobres, aún mas, puedo dar mi propio cuerpo para ser quemado, a manera de los mártires, pero aquella caridad puede tener un móvil egoísta y aquel sacrificio puede no ser más que un simple gesto de fanatismo. Todo esto de nada me sirve si no tengo amor.

Y bien, pongamos a prueba la religión nuestra; nuestros actos religiosos. ¿son motivados por el amor? ¿llevan este sello del cristianismo puro, el único que es aceptable para Dios? Para muchos no es posible de que amen desinteresadamente, puesto que no han experimentado nunca la salvación de Dios. Se les ha enseñado mas bien que han de amar para ser salvos. El móvil de sus actos entonces sería un amor interesado, pero tal cosa no puede ser. El amor no es nunca interesado, el amor no piensa en recompensa. El que piensa amar para salvarse aún está buscando lo suyo propio, y el amor no hace eso.

El cristianismo comienza con la fe en Cristo, y su fin es el amor expresado en todos los actos del hombre creyente. Lo que el Apóstol da a continuación, es una descripción de un cristiano perfecto, caracterizado por el amor en todo cuanto hace. El que ama, es paciente y benigno, es generoso y no tiene envidia, no es jactancioso. La mera religiosidad, tan común entre los hombres, es siempre jactanciosa y orgullosa, despreciando y aún persiguiendo a los que piensan o creen de otra manera. Mas el cristiano, animado por el amor, no se ensoberbece, no se ensalza a sí mismo, sino que es humilde y se porta decorosamente, con cortesía y consideración para con todos.

No es egoísta, no busca lo suyo propio, no se irrita, no muestra mal genio o enojo, no se ofende fácilmente, ni es suspicaz atribuyendo móviles indignos a los actos ajenos, sino interpretándolos de la manera mas benigna, soporta las injurias y no se regocija cuando el mal sobreviene a un enemigo.

Ahora bien, ¿de quien es este retrato? En primer lugar es un retrato de nuestro Señor Jesucristo, juzgado El por esta ley perfecta del amor. En ningún punto es hallado falto, ni amigos ni enemigos jamás hallaron en El falta alguna, pues, todos sus actos y palabras fueron motivados por el amor divino, y si hay en los discípulos algún reflejo de aquel amor de su Señor, lo deben enteramente a El y no a sus propios esfuerzos. El amor no puede fabricarse, no puede producirse como el resultado de prácticas y ejercicios religiosos, sino que es el resultado espontáneo de ser amado. Nos explica el secreto el Apóstol Juan cuando dice: “…Nosotros le amamos a El, porque El nos amó primero…” Es decir, Cristo nos amó primero. El que no ha conocido ni experimentado el amor de Cristo, el que no ha aceptado con fe sincera el mensaje del Evangelio, mensaje que revela el gran amor del Salvador para con nosotros, no ha comenzado a amar todavía.

Quisiéramos dejar sentado este principio con la mayor claridad y énfasis: el amor cristiano no es la causa de nuestra salvación, sino la consecuencia o fruto de ella. Para que haya amor puro y desinteresado, tiene que experimentarse la salvación primero, así es que leemos: “…el amor de Dios está derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos es dado…”, y luego, “…Dios encarece su amor para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…”. Nos amó Cristo cuando no éramos amables, nos amó a pesar de toda nuestra indignidad y pecado, y amándonos, se entregó a sí mismo para procurar nuestra salvación, como expresa el Apóstol Pablo: “…Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí…”. Bien puede el Apóstol en otro lugar, hablar del amor de Cristo, que nos constriñe a vivir por El, y a dar testimonio de su gracia.
Todo aquel que cree el mensaje del Evangelio, y recibe el don de la salvación, como fruto del amor de Cristo, y no del amor suyo propio, naturalmente se siente agradecido y cautivado, y de allí nace el amor cristiano, amor para con el Salvador, amor para los que son de El, y amor para con todos.

Inútilmente presentó Moisés al pueblo de Israel aquella exigencia de la ley divina: “…amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tus fuerzas, y de todo tu entendimiento, y a tu prójimo como a ti mismo…”, pues, nadie cumplió jamás aquel mandamiento, mas el Evangelio no viene con exigencias, sino que anuncia el amor de Dios para con nosotros, diciéndonos que: “…de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda mas tenga vida eterna…”, y otra vez dice: “…en esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por El. En esto consiste el amor, no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó a nosotros y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados…”, y todo creyente puede añadir con el Apóstol Juan: “…nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros, Dios es amor, y el que vive en amor, vive en Dios y Dios en él…”
Nuestro corazón es un terreno estéril si no se siembra allí el amor divino, pero el corazón que conoce y acepta el amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor, según se revela en el Evangelio, no sólo se regocija en el conocimiento de su salvación personal, sino que llega a compartir los sentimientos del corazón de Dios amando a sus semejantes y procurando llevarles el conocimiento de la misma felicidad. En los tales se cumple la Palabra: “…cualquiera que ama es nacido de Dios y conoce a Dios…”.

Amado amigo, ¿sientes que en tu corazón hay rencores, odios, desprecios, que hay orgullo, egoísmo y envidia y tantas otras plantas nocivas que tan fácilmente se cultivan en este terreno? Todo ello acusa la falta de amor, acusa tu necesidad de la salvación de Dios. El Apóstol Pablo en su epístola a Tito dice: “…también éramos nosotros necios en otro tiempo, viviendo en malicia y en envidia, aborrecibles, aborreciéndonos los unos a los otros, mas cuando se manifestó la bondad de Dios para con nosotros, y su amor para con los hombres, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, mas por su misericordia nos salvó…”. Y esta misma salvación está al alcance tuyo. Inútil sería exhortarte a amar para que seas salvo. No es ese el camino. La promesa de salvación en el Evangelio se hace a todo aquel que cree y confía en el Señor Jesucristo, si vienes a El cual pecador necesitado, depositando en El tu fe, salvo serás y entonces aprenderás a amar como El te amó primero, recibirás el don del Espíritu Santo y manifestarás el fruto del Espíritu que es: “…amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza…”

Quiera Dios que haya muchos que reconociendo la inutilidad de sus propios esfuerzos para cultivar estas virtudes cristianas, vengan a Cristo, para hallar descanso y para aprender de El, conforme a su promesa que dice: “…venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar, llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas…” El mundo está lleno de injusticia y maldad, de odios y egoísmos, de engaños y frustraciones, de sufrimientos y tristeza, y todo, porque el amor de Dios es desconocido. Es desconocido porque el Evangelio es desconocido, y por la misma razón la salvación de Dios es desconocida. Religión hay, pero no es la religión motivada por el amor y gratitud de corazones redimidos. Es la religión del esfuerzo humano, la religión que piensa ganar el cielo por medio de obras meritorias y sacrificios personales, y no por la obra meritoria y el sacrificio sublime y suficiente de Cristo consumado en la cruz.
El que verdaderamente ama a su Señor y está dispuesto en servirle desinteresadamente con un amor puro, es aquel que sabe que ha sido salvado por gracia divina, y que todo lo que debe al Dios de amor, que le levantó de la escoria y le perdonó y justificó gratuitamente por amor de Cristo, tal pecador salvado no puede hacer otra cosa que amar a su Salvador, y es así que posee el verdadero móvil para vivir una vida santa y pura, para la Gloria de Dios. ¿lo posees tu?

 

 

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